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Mi historia (como toda buena historia) comienza con un corazón roto y una familia dividida. Hace tres años que estoy en esto de la fiesta, me encanta gozar del hedonismo sin límites, pero mis límites personales al parecer no son tan flexibles como mis límites fisiológicos. Hace tres años estaba sentado donde estoy hoy con una carta de suicidio en la mano, sin lagrimas en los ojos, y con voces paranoicas ajenas rondando por mis pensamientos. Estas son las consecuencias de un consumo "bestial" de narcóticos estimulantes, a los cuales me hice adicto por falta de amor. Los neurotransmisores que me inundaban de placer y amor por la vida solo los podía obtener de aquel enfermo elixir: metanfetamina. Primero, vivía con mi madre, luego me corrió de casa por que mi consumo excesivo de alcohol hizo que violentara en contra de ella. No podía vivir ahí, era un peligro para los demás y para mi mismo. Me fui a vivir con mis abuelos maternos, quienes me dieron un asilo lleno de amor, el cual rechace inconscientemente debido a mi consumo de drogas. Una fria noche de invierno tome una dosis que nunca había tomado. 20 minutos después helicópteros, equipos de SWAT y unidades caninas estaban buscándome por toda la ciudad y mis pensamientos habían sido apoderados por una incontrolable paranoia. Como un esquizofrénico en pleno ataque de delirio, levante a mis abuelos de su profundo sueño para gritarles y reclamarles. Yo pensaba que ellos me habían entregado a las autoridades. Les rompí el corazón. Desde ese día mi abuelo perdió completa esperanza y amor por mí. Hoy en día cuando le digo que lo amo, contesta con un penetrante silencio que me parte el corazón como si fuera la primera vez. Era suficiente, no podía estar así. Era momento de tomar control de la situación y matar a la bestia en la que me convertí. Después de 20 minutos de investigación en google, encontré terapias de sanación espiritual y emocional con chamanes: era un ritual de Ayahuasca. Así que viajé a la península de Yucatán, al corazón de la selva tropical, reino de los Aluxes (dueños del monte) y los panuchos para atacar mi enfermedad desde la raíz. Confrontarte con tus peores miedos: caer en la espiral. Verte a ti mismo a los ojos y preguntarte ¿por qué haces lo que haces? Eso sí da miedo. Visité el inframundo: Xibalbá. Mis peores demonios y pesadillas jugando conmigo como si fuera un trapo, es horrible pero necesario. Para limpiar el alma se necesita llegar hasta el fondo, ensuciarte lo más que puedas, confrontar tus deseos más siniestros para después hacerlos pedazos. Eso es Xibalbá, de ahí vengo. Y me prometí a mí mismo que jamás regresaría. Hoy disfruto de una vida calmada, llena de amor, llena de gente que me ama y a la que amo. De no haber pasado por tal metamorfosis puedo asegurar que no apreciaría lo que tengo de la manera que lo hago. Cada día que me levanto y respiro es un regalo. Algo que no todos pueden tener. No todos viven con la certidumbre de que la vida es preciosa. Casi nadie es feliz. Yo quiero hacer feliz a la gente, quiero amar y ser amado. Quiero dejarle un mensaje a mis sucesores.